Moysés Zúñiga
Perdidos y encontrados , exhibición fotográfica que reúne trabajo de Moysés Zúñiga de los últimos 5 años, documenta el peligroso viaje de migrantes centroamericanos rumbo al norte, a través de la frontera sur mexicana hacia los Estados Unidos. Las fotografías de Zúñiga presentan un sinnúmero de caras y vidas invisibilizadas por la violencia criminal y estructural que expulsa a cientos de miles de sus comunidades hacia estados de vulnerabilidad radical en las rutas migratorias. Con sus imágenes y detalladas observaciones personales, Zúñiga nos sumerge en las narrativas de la frontera sur de México—realidades y experiencias prácticamente ignoradas por los medios estadounidenses. Los migrantes en estas zonas son asediados por asaltantes, pandillas criminales, oficiales corruptos, empresarios sin principios y la indiferencia de la opinión pública. Cada fotografía a la vez suspende y condensa el terror y la indefensión que marcan el movimiento migrante—a pie, en bus, en balsa, en tren—a través de una sucesión de escenarios predeterminados, cada uno con sus riesgos y predadores específicos. La efímera seguridad de llegar a cada destino en la ruta solo anuncia los peligros del tramo siguiente. Cada partida reinicia y repite este ciclo de amenazas—el robo, la extorsión, la mutilación, la tortura, la violación, la esclavitud sexual y la desaparición. Algunos son capturados temprano y deportados a sus países de origen por la autoridades migratorias, solo para reintentar el viaje nuevamente. Algunos se caen de la bestia, el famoso tren migratorio, o son secuestrados por bandas criminales, sin dejar rastro. Las mujeres y niñas son especialmente vulnerables, y muchas son condenadas a la esclavitud sexual en las cantinas de ciudades fronterizas como Tapachula. Muchos otros migrantes abandonan el viaje y se quedan en México, bajo un castigante régimen de ilegalidad. En las fotografías de Moysés Zúñiga, encontramos a los perdidos en esta máquina de sufrimiento y muerte, vivos y en plena posesión de su humanidad.
San Cristóbal Verapaz, Alta Verapaz, Guatemala, 29 de febrero de 2009.
“GO” Busca otros caminos, fuera de tu tierra, otras realidades, otras miradas, menos dolorosas, con un poco de esperanza y lejos de tu familia. Rio Suchiate, Ciudad Hidalgo, Chiapas. 5 de mayo de 2014.
El río Suchiate es la frontera natural y política entre México y Guatemala, es un río con un metro y medio de profundidad como máximo, es muy fácil cruzarlo sobre balsas hechas con llantas y madera, los balseros cobran $20.00 pesos mexicanos y en época de sequía la mitad. Diariamente cruzan niños, mujeres y familias completas, se encuentran comerciantes que compran y venden productos básicos entre México y Guatemala, aprovechando las ofertas en supermercados. Usan estas pequeñas embarcaciones para traficar con armas, drogas, personas y algunos de los que cruzan volverán a Guatemala esa misma tarde. Otros se quedarán a trabajar en la primera ciudad mexicana que encuentren, la mayoría desea cruzar el territorio mexicano para llegar a los Estados Unidos. Arriaga, Chiapas. 19 de abril de 2012.
Luego de recorrer 300 kilómetros en autobuses y escondidos en camiones de carga desde la frontera sur de México hasta Arriaga en el estado de Chiapas, miles de migrantes centroamericanos provenientes de Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala, se refrescan y descansan para encontrarse por primera vez con el tren de carga que atraviesa México, seguirán con mayor probabilidad la ruta de El Golfo, la más peligrosa por los constantes asaltos y secuestros en el tren, por parte de grupos del crimen organizado. Tapachula, Chiapas. 31 de julio de 2014.
Los indocumentados y la esperanza de legalizar su situación migratoria sobreviven de los deshechos de los otros, 80 familias guatemaltecas asentadas hace dos décadas en el basurero municipal de Tapachula, Chiapas. En este lugar fundaron la colonia Linda Vista en la que han nacido 220 niños nacionalizados mexicanos. Actualmente ganan aproximadamente $50 (pesos mexicanos) diarios recolectando basura, las empresas recicladoras les pagan $0.50 (centavos mexicanos) por un kilo de cartón, $1.50 (pesos mexicanos) por un kilo de metal y $2 (pesos mexicanos) por un kilo de pet. La renta de un espacio para dormir cuesta $50 (pesos mexicanos) a la semana. Las condiciones de salubridad son infrahumanas. Tapachula, Chiapas. 31 de julio de 2014.
Los indocumentados y la esperanza de legalizar su situación migratoria sobreviven de los deshechos de los otros, 80 familias guatemaltecas asentadas hace dos décadas en el basurero municipal de Tapachula, Chiapas. En este lugar fundaron la colonia Linda Vista en la que han nacido 220 niños nacionalizados mexicanos. Actualmente ganan aproximadamente $50 (pesos mexicanos) diarios recolectando basura, las empresas recicladoras les pagan $0.50 (centavos mexicanos) por un kilo de cartón, $1.50 (pesos mexicanos) por un kilo de metal y $2 (pesos mexicanos) por un kilo de pet. La renta de un espacio para dormir cuesta $50 (pesos mexicanos) a la semana. Las condiciones de salubridad son infrahumanas. Arriaga, Chiapas. 6 de mayo de 2014.
A los 12 años de edad, Roberto acompañado de otros mayores pide ayuda a los automovilistas en las vías del tren en Arriaga en el estado de Chiapas. Podría conseguir unas monedas, ropa o alimentos de los automovilistas y pasajeros de autobús, que desde sus ventanas observan a los centroamericanos consiguiendo alimento bajo el sol, algunos agazapados en la sombra. Arriaga, Chiapas.6 May 2014.
En el albergue hogar para migrantes en tránsito “Hogar de la misericordia” que atiende la iglesia católica, un joven guatemalteco de 23 años de edad cierra la puerta a los visitantes a la casa, protegida por barrotes de metal y policías armados, constantemente es acosada por integrantes del crimen organizado y pandillas que trafican con personas, asisten al albergue en promedio 80 personas diarias que se alimentan y descansan en espera del tren que pasa cada dos o tres días. Arriaga, Chiapas. 6 de mayo de 2014.
La costumbre en el sur de México dice que el destino de las mujeres guatemaltecas es el trabajo en el hogar, las hondureñas esclavas en bares o cantinas y las salvadoreñas son invisibles. Las mujeres migrantes están atrapadas entre la frontera física en el Soconusco, Chiapas, y la real, más infranqueable: los abusos, discriminación y estigmas. Aquí ellas no son, más que lo que su origen –y la sociedad- las ha condenado a ser. Arriaga, Chiapas. 6 mayo de 2014.
Una pequeña niña hondureña a bordo del tren de carga voltea a ver a quienes observan la, partida mientras le amarran el cabello ella es originaria de San Pedro Sula, ciudad más violenta del mundo, la muerte se confunde con el polvo, anula la esperanza y se apropia del alma de los niños. Los “güiros”, como les llaman a los niños en Honduras. Ellos están huyendo de su país por el peligro de ser empleados como sicarios por las pandillas o estar amenazados de muerte luego de negarse a ser criminales. Enviar a un niño de San Pedro Sula a la frontera con Estados Unidos cuesta 5 mil dólares con un pollero confiable, que los lleva en autobuses de lujo y paga a las autoridades mexicanas y cárteles del crimen organizado para transitar sin ser detenidos. Arriaga, Chiapas. 20 de julio de 2014.
En México toda una economía se sostiene gracias a las más de 400 mil personas que al año cruzan el país para llegar a Estados Unidos. Una economía que mueve millones de dólares y deja ganancias a personas que ven en los migrantes un negocio: desde el que vende un cartón y agua o renta un pedazo de suelo para dormir, hasta las grandes empresas de autobuses y envío de dinero como Western Union. No se diga del crimen organizado. Frontera entre Chiapas y Oaxaca. 16 de mayo de 2012.
El tren de carga con cientos de migrantes a bordo pasa lentamente sobre un puente llamado “De las abejas”, en ocasiones las abejas se alborotan por la vibración del tren y atacan a los pasajeros, que además de soportar temperaturas de 40º centígrados, deshidratación, hambre, en un viaje que dura 14 horas en promedio para recorrer 300 kilómetros que en auto se recorren en 3.30 horas. Arriaga, Chiapas. 29 de julio de 2014.
El falso sueño americano fácilmente se convierte en pesadilla ante los constantes peligros que implican viajar en tren, la vida puede cambiar de un momento a otro al caer y ser mutilado por las ruedas de metal o sufrir el asalto y secuestro de migrantes en manos del crimen organizado. 15 de mayo de 2012.
Era el segundo intento de José Luis de ir a Estados Unidos. Él y su amigo Selvi tardaron en llegar al norte de México 19 días que transcurrieron en calma. Viajaron desde Progreso, Honduras sin parar. Tomaron el tren en Tapachula. Llegaron al estado de Chihuahua porque cruzarían la frontera Ciudad Juárez-El Paso.
Para José Luis, el éxito del viaje consistía en no dejar que su amigo se durmiera sobre el tren. Lo molestaba, le hablaba, lo hacía enojar y le daba de patadas. No quería que él se durmiera.
José Luis –buen futbolista, guitarrista y aficionado a pescar en el río Ulúa que bordea Progreso- se sentó al lado de los engranajes de los vagones y se inclinó al frente hacia sus pies para amarrarse un zapato. Cosa rara: el sudor le cubría toda la nuca hasta la coronilla. Nunca había estado en el desierto. El tren se adentraba a la ciudad de Delicias y José Luis Pestañeó.
“De repente quedé a oscuras y me caí, fue un desmayo por el calor seco que hace ahí en junio. El tren me cortó una pierna. Después metí el brazo al no poder sacar mi pierna y también me lo cortó. Después metí el otro brazo y me lo aplastó la rueda del tren”.
Su amigo Selvi no se dio cuenta hasta que, kilómetros adelante, notó que las ruedas del tren estaban pintadas de sangre. Lo creyó muerto. Ahora él vive en Estados Unidos donde creó una familia. En el sur se quedó su amigo, el que le cuidó en el lomo del tren y quien ahora se mueve sobre una pierna y balancea por las calles el brazo que le perdonó La Bestia.
Texto: Rodrigo Soberanes, Red de Periodistas de a Pie. Chahuites, Oaxaca, México. 16 de mayo de 2013.
Había una vez un país donde los perseguidos por dictaduras y violencia encontraron un hogar, donde su gobierno alimentó a los desterrados y les concedió carta de nacionalidad. Una nación que pacificó a sus vecinos de Centroamérica y defendió, casi siempre en solitario, el derecho a no elegir partido en un planeta en guerra. Pero ese paraíso se perdió y ahora muchos le comparan con el infierno. Ese país se llama México, uno de los cementerios de migrantes más grandes del mundo.
Alberto Najar, Red de Periodistas de a Pie. México, D.F. 11 de abril de 2014.
José Luis se coloca su prótesis en la pierna, se pone su camisa de solo una manga y se enreda un paliacate en el único dedo de la única mano que le quedó aquel día, en el desierto mexicano.
A José Luis lo conocen bien en su ciudad, desde hace muchos años. Primero, por su talento para cantar canciones rancheras y religiosas, y después porque hace 8 años perdió un brazo, una pierna y cuatro dedos cuando cayó de un tren de carga en su segundo intento por llegar a Estados Unidos como migrante sin papeles legales. Como presidente de la Asociación de Migrantes Retornados con Discapacidad es el vocero para reclamar al gobierno el cese a la persecución que los obliga a subir al tren y arriesgar su vida. Arriaga, Chiapas. 29 de julio de 2014.
Un vendedor ambulante lanza un paquete de fruta a ocho metros de altura sobre el tren antes de comenzar un viaje de 14 horas hacia Ixtepec en el estado de Oaxaca. Después de recorrer 300 kilómetros desde la frontera sur de México a Arriaga en el estado de Chiapas es necesario reposar, poner el cuerpo en descanso. Arriaga, Chiapas, México, mayo 2014. Foto: Moysés Zúñiga. Esther, originaria de Honduras en Arriaga, Chiapas, México. mayo 2014. Foto: Moysés Zúñiga. Tapachula, Chiapas. 5 de mayo de 2014.
Su cuerpo se contonea en el escenario mientras se escucha como fondo el sonido de un acordeón, trompetas y bongó. Rítmico y sensual, el sonido de una cumbia acompaña a la bailarina mientras se va desprendiendo de la ropa.
La propietaria del lugar, una mujer de unos 50 años originaria de esta frontera al sur de México acepta mostrarnos el lugar y hablar con las bailarinas en los camerinos. Insiste: en este centro nocturno no hay servicio sexual, “aquí solo les vendemos fantasías”.
“Muchos hombres sólo quieren verlas desnudarse, bailar con ellas, platicar con las catrachas (hondureñas) principalmente, porque dicen que son las más bonitas; pero tenemos bailarinas de Guatemala, de El Salvador, de Nicaragua.
Para el sexo, aclara, hay otros lugares.
Adentro de los vestidores la fantasía que se vende afuera, se desmorona.
Tiene 23 años y tres hijos. Dice que tuvo que salir de su país desde 2009, por “problemas” con su anterior pareja. “Él se metió a las Maras y ya sabes, en mi país hay mucha violencia… me tuve que salir”. Melani dejó un tiempo a sus hijos con su mamá, cuando se estableció en Tapachula, los trajo a vivir con ella.
“Me pega porque tiene celos porque dice que los clientes me ven (él trabajó un tiempo como barman del centro nocturno donde ella labora). Pero de esto mantengo a mis hijos, de esto lo mantengo a él. ¿Qué quiere, que me vaya de dependienta en una tienda? Ahí ni nos dan trabajo porque dicen que robamos, y cuando lo dan, quieren pagar una miseria. Yo ya le dije, te juntaste con una hondureña, esta es la vida de las hondureñas, solo acá nos tratan bien y nos pagan mejor”.
Melani tiene que afrontar todos los días el estigma de ser una “catracha”, término peyorativo con el que nombran a las mujeres originarias de su país, quienes se les considera ser amantes expertas. Su fisionomía la traiciona -caderas anchas, piernas largas, talle esbelto- no le permite desdibujarse. “Si me subo a un taxi, el chofer me quiere agarrar las piernas, si trabajo en una tienda, el patrón se quiere meter conmigo”, lamenta.
“Most guys just want to see them strip, dance with them, and chat with the catrachas (Hondurans) who are believed to be the most beautiful. We also have dancers from Guatemala, El Salvador, and Nicaragua.
“There are other places for sex,” she insists.
Inside the dressing rooms, the fantasy sold outside crumbles. The woman in this photo is 23 and has three kids. She says she had to leave her country in 2009, because of trouble with her past partner.
“He joined the Maras and as you know, my country is very violent…I had to get out.” Melani left her kids with her mother for a while, and brought them with her once she settled in Tapachula.
“He hits me because he is jealous. He says the clients stare at me (he worked for a while as a bartender in the same nightclub). But this is how I pay my bills and support him as well. What does he want, for me to work at a store counter? We don’t get hired there because they say we are thieves, and even if we do get a job we are paid nearly nothing. I already told him, you decided to be with me, a Honduran, and this is what life is like for us. This is the only place where they treat us and pay us well.”
Melani has to deal with the stigma of being a catracha everyday. Being a catracha means being considered an “expert lover.” Her body betrays her, her wide hips, long legs, and slender waist don’t allow her to go unnoticed. “If I get in a cab, the driver wants to grab my legs; if I work at a store, my boss will want to mess with me,” she complains. Tapachula, Chiapas. 5 de mayo de 2014. Su cuerpo se contonea en el escenario mientras se escucha como fondo el sonido de un acordeón, trompetas y bongó. Rítmico y sensual, el sonido de una cumbia acompaña a la bailarina mientras se va desprendiendo de la ropa.
La propietaria del lugar, una mujer de unos 50 años originaria de esta frontera al sur de México acepta mostrarnos el lugar y hablar con las bailarinas en los camerinos. Insiste: en este centro nocturno no hay servicio sexual, “aquí solo les vendemos fantasías”.
“Muchos hombres sólo quieren verlas desnudarse, bailar con ellas, platicar con las catrachas (hondureñas) principalmente, porque dicen que son las más bonitas; pero tenemos bailarinas de Guatemala, de El Salvador, de Nicaragua.
Para el sexo, aclara, hay otros lugares.
Adentro de los vestidores la fantasía que se vende afuera, se desmorona.
Tiene 23 años y tres hijos. Dice que tuvo que salir de su país desde 2009, por “problemas” con su anterior pareja. “Él se metió a las Maras y ya sabes, en mi país hay mucha violencia… me tuve que salir”. Melani dejó un tiempo a sus hijos con su mamá, cuando se estableció en Tapachula, los trajo a vivir con ella.
“Me pega porque tiene celos porque dice que los clientes me ven (él trabajó un tiempo como barman del centro nocturno donde ella labora). Pero de esto mantengo a mis hijos, de esto lo mantengo a él. ¿Qué quiere, que me vaya de dependienta en una tienda? Ahí ni nos dan trabajo porque dicen que robamos, y cuando lo dan, quieren pagar una miseria. Yo ya le dije, te juntaste con una hondureña, esta es la vida de las hondureñas, solo acá nos tratan bien y nos pagan mejor”.
Melani tiene que afrontar todos los días el estigma de ser una “catracha”, término peyorativo con el que nombran a las mujeres originarias de su país, quienes se les considera ser amantes expertas. Su fisionomía la traiciona -caderas anchas, piernas largas, talle esbelto- no le permite desdibujarse. “Si me subo a un taxi, el chofer me quiere agarrar las piernas, si trabajo en una tienda, el patrón se quiere meter conmigo”, lamenta.
“Most guys just want to see them strip, dance with them, and chat with the catrachas (Hondurans) who are believed to be the most beautiful. We also have dancers from Guatemala, El Salvador, and Nicaragua.
“There are other places for sex,” she insists.
Inside the dressing rooms, the fantasy sold outside crumbles. The woman in this photo is 23 and has three kids. She says she had to leave her country in 2009, because of trouble with her past partner.
“He joined the Maras and as you know, my country is very violent…I had to get out.” Melani left her kids with her mother for a while, and brought them with her once she settled in Tapachula.
“He hits me because he is jealous. He says the clients stare at me (he worked for a while as a bartender in the same nightclub). But this is how I pay my bills and support him as well. What does he want, for me to work at a store counter? We don’t get hired there because they say we are thieves, and even if we do get a job we are paid nearly nothing. I already told him, you decided to be with me, a Honduran, and this is what life is like for us. This is the only place where they treat us and pay us well.”
Melani has to deal with the stigma of being a catracha everyday. Being a catracha means being considered an “expert lover.” Her body betrays her, her wide hips, long legs, and slender waist don’t allow her to go unnoticed. “If I get in a cab, the driver wants to grab my legs; if I work at a store, my boss will want to mess with me,” she complains. Tapachula, Chiapas. 6 de mayo de 2014.
La joven hondureña sale de la oficina con una orden de deportación en mano. Diez años en tierra mexicana, un par de hijos nacidos aquí y una pareja originaria de este país, no fueron suficientes para que autoridades del Instituto Nacional de Migración (INM) le reconocieran su estancia legal en México.
Lo único que lamenta, dice al salir azotando las puertas de las oficinas en Tapachula, es haber mantenido la esperanza durante los seis meses que tardó la travesía burocrática, desde que hizo la solicitud y volvió cada semana a darle seguimiento, hasta el día de hoy. Eso, y el haber gastado más de 6 mil pesos que cuesta sólo el trámite.
“Quiero arreglar mis papeles. No tengo dinero suficiente para pagarlo pero me dijeron, ´usted tiene que pagarlo,´ y pagué. Y a la mera hora me dicen simplemente que ´no ´, que me tengo que ir de México”, relata afuera de las oficinas.
S siente “ilegal”, criminalizada y vulnerable en un país que le ofrece una estancia legal, pero que en realidad pretende expulsarla. Su identidad quedó registrada en la base de datos de poco más de 2 millones 476 mil personas que han solicitado regularizar su estatus migratorio de noviembre de 2012 a diciembre de 2013 .
Ahora, ni siquiera tiene la esperanza de un día caminar libre y segura por las calles. Si viaja en un transporte regular, correrá el riesgo de ser identificada como migrante y deportada. No podrá solicitar un trabajo formal “ni en una farmacia, donde si no tienes pasaporte y tu FM2 (así se le denomina a la Forma Migratoria de inmigrante), no te aceptan”. No podrá abrir ninguna cuenta bancaria. No podrá adquirir ningún inmueble. Con el temor y la incertidumbre de que en cualquier momento puede ser expulsada de México.
Sube a un taxi y asegura que la negativa no la va a detener en su camino para establecerse en condiciones de seguridad, en la Ciudad de México. Reynosa, Tamaulipas. 18 de octubre de 2012.
De pie sobre la orilla arenosa del Rio Bravo que es la frontera física y política de México con estados Unidos, Socorro García se toma una fotografía, busca a uno de sus once hijos, Jesús de La Concepción García originario de Nicaragua. La caravana de familiares de migrantes desaparecidos en su tránsito por México “Liberando la Esperanza” coordinada por el Movimiento Migrante Mesoamericano. Tequisquiapan, Estado de México. 24 de octubre de 2012.
Un joven sostiene un jabón de baaño mientras espera su turno para tomar un abaño en uno de los albergues mas importantes cercanos a la capital de la república mexicana, los albergues en esta región han sido cerrados a causa de enfrentamientos entre el crimen organizado al interior de estos, se disputan el transporte de indocumentado centroamericanos. Tequisquiapan, Estado de México. 24 de octubre de 2012.
Una de las madres de migrantes centroamericanos desaparecidos hace una oración pidiendo encontrar a su hijo, dos años después logró reunirse con el. Reynosa, Tamaulipas. 23 de octubre de 2012.
Una mujer sola, al amanecer sobre las vías del tren en espera del paso del tren en el que ha de llegar a la frontera con Estados Unidos. No se observan grandes gruopos de migrante acompañándose unos a los otros, aquí solo están los que sobrevivieron a todo el camino. Tequisquiapan, estado de México, 26 de octubre de 2012.
Una mujer sola con su hijo recién nacido espera al tren que los llevará a la frontera norte. 23 de octubre de 2012. Un hombre migrante “Sin nombre” al cuál acompañé desde Veracruz hasta Nuevo Laredo, Tamaulipas a bordo del tren de carga. Sufrió el secuestro y asesinato de sus compañeros a manos del crimen organizado, extorciones, violaciones a mujeres y hombres, mutilaciones y la experiencia de saber que cualquier autoridad mexicana lo entregaría al crimen organizado. Mirándome fijamente me dijo; Ya no quiero continuar pero es igual de riesgoso continuar que regresar…, si rgreso cualquiera me va matar, estoy atrapado aquí, no sé que hacer.